La gran mayoría de las personas nos forjamos un ideal sobre quién queremos ser, y como ocurre con todos los ideales, no logramos que se convierta en realidad.
Esto en sí no es negativo, pues esa diferencia entre lo ideal y la realidad se percibe en muchos órdenes de la vida.
El problema surge cuando la dicotomía desencadena una frustración y nos lleva a enfadarnos con nosotros mismos por no ser capaces de alcanzar aquello que perseguimos, y que erróneamente pensamos que nos haría felices.
El no vernos reflejados como creemos que nos gustaría ser nos lleva a sentirnos frustrados y a perder la confianza en nosotros mismos, lo que es sinónimo a no aceptar nuestros defectos, ni tampoco nuestras virtudes.
Si no nos gustamos, difícilmente querremos estar a solas con nosotros, ni dedicarnos tiempo, aunque sean sólo 10 minutos. Pero esto no puede servirnos de excusa para no intentarlo.
¿Cómo disfrutar de nuestro tiempo a solas?
Diez minutos con nosotros mismos NO son para:
Agobiarnos con todo lo que deberíamos haber hecho o nos falta por hacer.
Recordar nuestros malestares, tanto físicos como emocionales.
Dar vueltas a cualquier hecho que nos tiene preocupados.
Buscar soluciones para problemas que tenemos pendientes.
Pensar, analizar y hacer trabajar la mente.
Aislarnos con nuestras preocupaciones o pensamientos recurrentes.
Diez minutos con nosotros SI son para:
Aislarnos de nuestros problemas, darnos un respiro de las preocupaciones y una tregua de las obligaciones.
Darnos un tiempo por el que constatamos la importancia que nos otorgamos.
Conectar con nuestra propia soledad.
Estar físicamente solos con nuestro cuerpo y nuestra mente.
Sentirnos y conocernos más y mejor.
Abandonarnos a nada.
Durante esos diez minutos:
En ocasiones, se agolparán los pensamientos y otras nos vendrán de uno a uno, o ninguno. A los pensamientos hay que dejarlos pasar, sin pararnos en cada uno de ellos ni concederles interés.
Al principio puede que ese tiempo incomode e inquiete, igual que la primera vez que compartimos un espacio y un tiempo con alguien a quien no conocemos.
Nos habituamos a escucharnos para dejar de ser extraños de nosotros mismos.
Encontraremos el gusto y el placer de disfrutar de nuestra propia compañía, y valorarla más.
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