A veces tenemos una idea rondándonos la cabeza y realmente creemos que es muy buena. Pero cuando llega el momento de comunicarla con los demás, pareciera que alguien nos hubiera cubierto la cabeza, las palabras “no nos salen” y nos quedamos con la eterna duda del “qué hubiera pasado si…”.
Así ocurre cuando no tenemos la suficiente seguridad para defender nuestros puntos de vista, aunque sepamos que tienen tanta o más lógica que lo que dicen las otras personas.
Nuestro razonamiento es bueno, pero la parte emocional todavía es débil para darnos el valor de aceptar las reacciones de los demás. Esa sensación que limita lo que queremos expresar se conoce con el nombre de timidez.
Personalmente, me considero una chica timida. Sin embargo, no quiere decir que vaya a vivir infeliz el resto de mis días. De otro modo, no tendría ni fuerzas para compartir estas líneas con ustedes.
Tal vez no tenga la receta mágica para que todos los tímidos nos volvamos grandes oradores, pero al menos puedo aconsejarles que el primer paso para no sentir vergüenza es que aprendan a aceptarse tal y como son.
Así como hay gente muy extrovertida a la que le encanta participar en cada show habido y por haber y que tiene “amigos” por montones, también hay quienes se toman las cosas con más calma. Y cada forma de ser tiene su lado positivo y no tan bueno, por lo que no hay que echarnos la culpa si no somos de otra manera.
Una vez que reconozcamos nuestros defectos y virtudes sin vergüenza, será más fácil comprender al resto y no sentir temor por lo que piensen de nosotros, ya que pueden darnos sugerencias muy útiles para mejorar en todos los aspectos.
Igualmente les recomiendo que cada vez que tengan algo en mente busquen expresarlo de forma material: en el papel, en la compu o a través de cualquier actividad física y poco a poco la conviertan en un interés personal. Eso nos ayudará a desarrollar habilidades y ganar más confianza al relacionarnos con los demás.
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